Acá en mi casa se hacen galletas, molletes, parpichuelas y almojábanas. Eso era negocio de mi mamá y ahora que ella falleció, yo lo dirijo.

Después de esta experiencia como maestro me siento muy agradecido con el Laboratorio Artesanal y me siento agradecido de ser conocido y reconocido por los estudiantes, para que valoren esta tradición y a sus artesanos.

Lo más importante para mí de los talleres es que los niños se llevaron un conocimiento de los antepasados que no debe quedar en el olvido. Quiero que ellos aprendan lo que nosotros aprendimos y se desenvuelvan en el campo artesanal.

¿Quién me dice para qué sirve dedicarse a esto de la alfarería?” y me respondían, para vender, para que la tradición no se pierda. Juan, que se ofreció a moler en la clase, y que es vecinito mío, ha vuelto a la casa y siempre me pregunta: “¿Cuándo va a hace Cafongo?”. Quedó todo entusiasmado.

Me gustaría seguir enseñando, por la satisfacción que siente uno y siente la gente cuando uno les enseña. Y una cosa es que uno enseñe, otra que la gente quiera aprender, y la gente en Sampués quiere aprender.

Tengo 3 hijos y si ellos no ven resultado en dinero, dicen ¿para qué yo voy a aprender el oficio si eso no da plata? Entonces, la idea es que sea viable, que el oficio tenga comercio